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Todos los espacios del Universo

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Crónica sobre el Encuentro Internacional de Músicos Jazz a la Calle 2020


Foto: Victoria Rodríguez Porras

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      Bajo la película ciánica de la superficie del Río Negro -Hum, como lo llamaron los pueblos originarios- mis manos se mueven color ámbar y las mojarritas muerden los lunares sumergidos. A las 20.05, cuando comienza a caer el sol, ese cian empieza a apagarse progresivamente hasta confundirse con el ocre barroso del fondo.
      El Club de Remeros está sobre el río. La gente lleva su reposera abajo de los sauces y se sienta a tomar mate:

-A los tajamares, la tararira va sola; -Ahora que nadie los caza, está lleno de lobitos de río;- Hoy va a demorar 45 minutos más en salir [la luna]; -La tararira es rica asada, pero el dorado también.

      Es la segunda semana de enero de 2020 y las olitas que rompen en el muelle, son provocadas por las lanchas que surcan el río a diestra y siniestra. Desde Los Arrayanes, balneario de la margen opuesta, viene la música electrónica amplificada por el agua, a lo que se suma el splash rítmico de los gurises que se tiran del trampolín: el arte consiste en nadar rápido antes de que el siguiente caiga arriba.
      El griterío se sofoca cuando el sol se esconde, ahora se percibe el murmullo apagado del agua que lleva ramas río abajo. "Se ve que hoy han abierto las compuertas", dicen refiriéndose a la represa hidroeléctrica de Palmar.

     El Club de Remeros termina, convenientemente, en la orilla. Dos gurisas de 12 o 13 años pescan en la escollerita. Sentada de espaldas al precipicio, una de ellas prepara los anzuelos, la otra lanza un reel y hay una tercera que alcanza un refresco.

-¿Pica algo? -pregunta una señora desde su reposera en el pasto; Que no con la cabeza, contesta la chiquilina.
-El otro día sacaron un doradito.

Foto: Victoria Rodríguez Porras 

     En la ciudad de Mercedes (Departamento de Soriano, República Oriental del Uruguay) existe un “Karrito con K” y en un boliche, que en este contexto cobra el sentido de almacén de ramos generales, hay una pizarra donde se lee escrito en tiza: “Tripas/Alpargata/Hielo/Botella”. Además, los mercedarios, como buenos litoraleños dicen “chuleta” por churrasco, “peinilla” por peine, “palangana” por lavatorio o pileta, “bollo” por bizcocho y las calles con preferencia son aquí llamadas “preferidas”.
    El sábado 11, La Carricola Jazz Orchestra, la primer big band local, abre el 13º Encuentro Internacional de Músicos Jazz a la Calle que tendrá lugar toda la semana; la presentadora busca por altoparlante a “la dueña, el dueño o le dueñe” de un auto que quedó mal ubicado y las pibas mercedarias organizan por segunda vez, junto a mujeres de todas partes del mundo, una jam y toque callejero donde buscan dar-se visibilidad como profesionales de la música.

      El piano se detiene y en la improvisación se luce el vibráfono. Para; Hay un segundo de silencio total, la gente sentada en el pasto inclina el tronco para adelante como asomándose a la espera de ver qué hay a la vuelta de la esquina, prosigue el piano como diciendo “doblamos en esta”.

Foto: Victoria Rodríguez Porras 

UNA CHARLA
-En otra entrevista decís “Se puede hacer jazz tocando música, se puede hacer jazz pintando, se puede hacer jazz cocinando, se puede hacer jazz plantando una planta” ¿A qué te referís?
-Más que nada me refiero a una actitud que es una tendencia amorosa, cariñosa hacia todo lo que nos rodea. Suele ser muy difícil también que la gente entienda que la riqueza está ahí en la diversidad, porque la diversidad hace que vos puedas ocupar todos los espacios del universo.

      Horacio Acosta alias Macoco tiene 63 años y es uno de los propulsores e ideólogos del movimiento que entre otras cosas, da nombre al festival. Hoy cumple funciones como Coordinador general del Jazz a la Calle. En su casa hay juguetes en el suelo, en las repisas, en la mesa que nos sentamos a conversar: “Disculpá el desorden, es una casa con niños”, aclara.


-“¿Por qué estos músicos no cobran?”, se escucha a veces. Pero sí que cobran, solo que se manejan otras monedas de cambio que no son el fiduciario común, otras que son mucho más poderosas y más antiguas -dice Horacio que además de haber dedicado su vida a la música, fue bancario hasta 2016 y quien el año pasado pudo ingresar a la Universidad Tecnológica del Uruguay (UTEC) para aprender trombón a vara.


Foto: Victoria Rodríguez Porras 

-En 2016 lo que pasó es que no tuvimos apoyo del Estado y el presupuesto en pasajes se encarecía a medida que se acercaba enero. Por lo tanto, decidimos no hacer el festival. Entonces ahí cuando se suspendió, ¡fah!, salió toda la población a la calle, se hizo una jam de 24 horas. Para eso los chiquilines montaron un escenario abajo, porque el principal ya estaba armado, estaba todo listo. Ese quedó con una batería y dos focos como señalando el vacío.

      Mientras habla, con los codos sobre la mesa, Horacio sujeta un pequeño humano de plástico transparente. De esos juguetes de los niños que, aclaró de entrada, eran responsable del desorden. Como es flexible, le dobla las manos, las piernas, lo estira como si lo estuviera preparando para un ejercicio continuado.

-La jam arrancó una noche a las 00 hs y terminó al otro día a la misma hora. Hacía un calor de 40 grados y estábamos rodeados de hormigón. Nos pusimos unos gorros como para salir al monte y dijimos “vamos a tocar”. Y vinieron músicos de Brasil, Argentina y desde Montevideo. Vinieron por su cuenta, para protestar, porque era una protesta. Se hizo una caminata antes de empezar: todos los chiquilines con los instrumentos, todos ahí en silencio y luego empezó la jam. Y cuando se acercaba la hora del cierre, la manzana donde se organizan los toques principales se puso más llena que nunca. Había un cronómetro arriba que iba mostrando el tiempo restante y ahí sobre el final todo el mundo se puso a contar los segundos en voz alta, era una voz colectiva que iba subiendo, gritando y ¡fua! -agarra el muñeco y lo atraviesa con una mirada entrecerrada que busca disimular las lágrimas, aprieta la boca.
-Qué fuerte.
-Tremendo -sentencia.

LA UTEC
      Son las 17.30 horas del jueves 16 de enero. En el patio del edificio de la UTEC, donde funciona el Tecnólogo en Jazz y Música Creativa, los docentes brindan una charla informativa sobre esta carrera que existe desde 2017. Los treintaipico de asistentes se sientan en el suelo en un óvalo cuyo eje mayor tiene la longitud total del recinto. Todos miran a Alan Plachta que da comienzo a la reunión presentándose. Es guitarrista y conoce el movimiento desde que participó como músico en el festival de 2012, cuatro años después comenzó su actividad docente en el tecnólogo y en 2018 se convirtió en uno de los argentinos que se instalaron permanentemente en Mercedes en torno a esta propuesta educativa.

-Primero que nada, decir que esto no existiría sin el Movimiento Jazz a la Calle -expresa. De a ratos se interrumpe, hace una mueca de desagrado y espera a que pase la moto por la calle que queda a sus espaldas -hiperacusia de un oído entrenado- “Este año vamos a tener los primeros egresados.”

      Entre los asistentes hay jóvenes de Montevideo, Fray Bentos, Paysandú, Canelones, Colonia, Entre Ríos, Córdoba, Alemania, Brasil, Holanda. 
Alguien del público se presenta y proyecta en voz alta venirse a vivir a Mercedes porque ama el jazz.

Foto: Victoria Rodríguez Porras 

-Pero tendría que pedir el pase porque trabajo en la Dirección General de Impuestos de Montevideo -aclara.
-Dale, pedilo -le contesta un desconocido como todos ahí.

      Avanza la ronda y la palabra la tiene ahora un chico de Solymar: “Yo estaba por dar la prueba en la Escuela Universitaria de Música, pero ahora me vine acá y ta”. Risas. Siguen presentándose otros mientras Alan, Felipe Ahunchaín y Federico Lazzarini evacuan las dudas. Alguien más cuenta su motivo de asistencia.

-Pero ponele que me quedo y me vengo a vivir acá o viajo, ¿Cómo hago con la bata?

MÚSICA Y GÉNERO
-¿En el escenario principal qué pasa, chiques?
-¿No sentimos convocadas al Jazz a la calle?

      Con estas dos preguntas, el domingo 19 de enero a las 10, el colectivo Mujeres y Disidencias en la Música Uruguaya inaugura la clínica “Música y género en Uruguay: situación actual y avances hacia la equidad. Encuentro de opiniones”. Es una de las 18 clínicas que forman parte del programa del Encuentro.
      En el Teatro 28 de Febrero se escucha una polifonía de cosas desde largo masticadas que ahora van elaborando las voces presentes, entretejiendo. “Que hay que contrarrestar la falta de autoestima con la sororidad”; “que el amor propio es necesario para combatir la discriminación de hecho y el sentimiento de no pertenencia”; “que se necesitan les referentes para que se pueda ocupar un lugar arriba del escenario, para que ese sentimiento de empoderamiento se pueda dar”.
      Según un estudio realizado por el colectivo de mujeres Más Músicas Uruguay, el escenario principal de este encuentro estuvo integrado por 24 propuestas musicales en la que la participación de mujeres y disidencias fue de un 3,5 % en relación al 96% de varones.

Foto: Victoria Rodríguez Porras 

      
"Siento que para ocupar el escenario la tengo que romper", agrega una asistente. Alguien dice que la exclusión opera siempre y es lo que hace que no se llegue a la inscripción para poder integrar las grillas. Pero también, destacan otras, en el momento de armar el programa, hay una decisión que obvia este filtro tan eficaz así como invisible, el mismo filtro que rige la lógica de los grandes genios y las patentadas “divas del sistema heteropatriarcal”.

ESTAMOS LAS PIBAS
      Nos encontramos en la playa El Raviol. Ya pasó un mes desde el Encuentro Internacional de Músicos Jazz a la Calle, del cual participaron como integrantes de la Carricola Jazz Orchestra, pero también abajo del escenario principal, actuando en jam sessions y toques callejeros. Les pido me cuenten cómo se gestó esto de juntarse a tocar para visibilizar el rol de las mujeres en la música en este marco. Mica aparece un poco después. Saluda, se sienta y mira seria: “¿Qué onda?”

-Presentensé.
-¿Vamos? -pregunta Flor que las mira expectante, como si trataran de coordinar quien tira la primera nota.
-Florencia Cabezudo, 19 años y toco guitarra.
-Micaela Heredia, 21 y toco el saxo.
-Lara Haller, 20 y toco el saxofón tenor, ella toca el alto -aclara porque Micaela se olvidó de especificar.

      Las tres estudian en la UTEC y trabajan como docentes.

-El último día del festival del año pasado [en 2019] no había quién cerrara la jam y las pibas de la UTEC estábamos esperando para entrar, estábamos ahí para tocar -aclara como si no fuera algo del todo evidente.
-Se buscó armar un grupo por Instagram donde pusimos: “estamos organizando una jam de
mujeres” -dice Florencia-.“Necesitamos esto” agrega Micaela, “Necesitamos una baterista y una bajista”, pisa Flo, “Para esta noche”, vuelve a intervenir el saxo alto “-y aparecieron todas al toque”. Recuerdan quién tocó, las nombran una por una.
-Y ta, se armó así... A parte ese día hubo eclipse, fue increíble. La luna estaba roja -prosigue Florencia- fue una locura.


Foto: Victoria Rodríguez Porras 

-Entonces este año vinimos todas con la intención de volver a armar eso. Y no lo hicimos antes -Lara se refiere antes en el encuentro de este año, antes en la semana- porque faltaba la batera, Miranda. Cuando ella llegó agitó “¡Vamoooo a tocar, vamoooo a tocar, somos todas mujeres!” -abre y cierra los brazos como con un gesto de traer algo, alguien, hacia sí, e inclina el tronco sobre la mesa de hormigón- Se ríen fuerte -“Dale, sí, te estabamos esperando igual”, le dijeron.
-Yo cerré los ojos y cuando los abrí éramos un círculo de mujeres con una trombonista de
Venezuela, de Argentina vinieron una flautista y una cantante de Buenos Aires, y había una clarinetista y una saxofonista de Santa Fe.
-¿Qué es la música?
-La música es saber cuándo hablar y también saber cuándo callarse - explica Micaela.

LA ESCUELITA
      Desde el año 2008, el Movimiento Cultural Jazz a la Calle, logró concretar el proyecto de una escuela gratuita y sin límite de edad donde se imparte el conocimiento necesario para poder acceder a una educación musical terciaria. Formalmente, es la Escuela de Música del Jazz a la Calle, pero los locales le dicen cariñosamente “la escuelita”.
      Es de noche y a la vuelta de la plaza principal, se divisa un trailer de paredes de metal, con tubos de luz fría.

-El solfeo antes era “pan- pan -pan -pan” -explica mientras sobre la plancha donde elabora los chivitos, reza diagonales con la espátula en el aire.

      Gustavo, alias el Vasquito tiene 65 años y trabaja en su carrito de comidas homónimo desde 1980. Cuenta que el año pasado decidió entrar a la Escuela del Jazz a la calle a aprender música junto a su nieta de 6. La hija le insistió porque sabía de su gusto por la guitarra -“y bueno, ahora si dios quiere, dentro de poco arranco el segundo año.” -Conversa en tanto sigue cocinando, limpiándose las manos para atender el teléfono, envolviendo pedidos, cobrando.

-Pero ya te digo que desde que estudio, los conciertos... 
Si, cómo no. ¿Para llevar? Me parecen más complejos -prosigue- me conecto de otra manera.

      Es sábado 11 de enero de 2020, el primer día de algo que empezó hace mucho y que abraza la contingencia en una reelaboración permanente. “Pará la grabación ahí” dice Alejandra Genta que acaba de tocar en el escenario principal y que además es integrante del la Banda Sinfónica de Montevideo.
      Luego de colocar su saxo barítono en la piecita al lado, busca un lugar para sentarse. “Parala” como si se hubiera equivocado al leer una partitura, baja la mano hacia el grabador. Pide que la empiece a grabar cuando se acuerde:

-Dejame pensar, porque hoy pasó algo que te quería contar, algo que me llevó a decir “¡¿Ves lo que es Mercedes?!.


Victoria Rodríguez Porras.

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